lunes, abril 08, 2013

Kamikazes por el mundo

Siempre me he declarado "niña urbanita", pero aparentemente mi comportamiento no se debe únicamente a haber vivido en ciudad toda la vida. Cada ciudad es única y, en el caso de Madrid y Barcelona, dolorosamente diferentes.

Sin entrar en grandes polémicas (políticas), hay dos aspectos concretos que desesperan al peatón madrileño que se mueve por la ciudad condal. El más notorio es la velocidad de desplazamiento. Como decía una conductora residente allí, parece que van "repartiendo magdalenas". Y ya si eres usuario del transporte público, tu desesperación no conocerá límites. Tus instintos más básicos, perfeccionados tras años de duras pruebas en el metro de Madrid ("¡Vuela!" no es sólo un slogan, es un leitmotiv), te instan a propulsarte en modo marcha olímpica: técnicamente no estás corriendo, porque en algún momento de la zancada al menos uno de tus pies toca el suelo, pero alcanzas velocidades suicidas. Sólo que el resto de pasajeros no.

Sin duda lo más frustrante es no poder trepar frenéticamente por el lado izquierdo de las escaleras mecánicas. La amplia afluencia de turismo que asola Barcelona se deposita lacónica en ese carril sagrado. Más de una vez me he sentido asaltando la torre de algún castillo futurista, apartando a codazos y empellones a viajeros despistados y demás gentes inconscientes, o saltando sobre maletas, bolsas de la compra y niños varios.

El otro aspecto más desconcertante y peligroso es la duración de los semáforos. En la mayor parte de ciudades del mundo, la luz verde del peatón parpadea unos segundos con el objetivo de alertar ante el inminente cierre del disco. Si estás a mitad de cruce, suele dar tiempo a llegar al otro lado a salvo. En algunos sitios, más adelantados, proporcionan incluso una cuenta atrás muy de agradecer. En Madrid, es la señal que indica: "aún puedes empezar a cruzar y llegar al otro lado, deprisita pero sin grandes aspavientos." A veces ni siquiera corremos. En Barcelona, significa: "corre por tu vida, ¡ya!" Parpadea dos veces y se cierra. Game over, man.

Para añadir leña al fuego, cada vez que he intentado compartir mis quejas al respecto con urbanitas no-madrileños, me han interpelado con la inevitable: "Pero, ¿tanta prisa tienes?" Y la sangre de mi yo-kamikaze entra en ebullición. Considero mi derecho inalienable el poder ir correteando por el metro, o cruzar in extremis por cualquier paso de peatones. No necesito un motivo. Mi tiempo es mío y lo malgasto como quiero, no como otros decidan. 

No espero que lo entienda el resto del mundo, pero sé que el reducto de velocistas suicidas no profesionales agradecen que comparta mi Ira. Va por vosotros.

2 comentarios:

  1. Nací y crecí en una capital de una provincia de Argentina. No conozco cómo serán las grandes ciudades por allí. Por lo que cuentas, tienen similitudes. Como dije, nací en una capital, pero no en Capital Federal. Sé que la ciudad es una selva, pero así y todo, el ritmo de las zonas céntricas es demasiado para mí. No podría vivir en Buenos Aires, por ejemplo. Ellos dicen que aquí somos más lentos que un caracol en día de calor. Me gustan las ciudades, sí, pero no me gusta correr.

    ¿Oye, y nadie te ha dado un reconocimiento por esas acrobacias? Mujer, que ya deberías ser ninja, o cinturón negro de karate, o algo... :P

    ResponderEliminar
  2. Me merezco un pin, por lo menos. O como me dice una amiga: ¿qué quieres: trofeo, medalla o galleta? :D

    ResponderEliminar

La ortografía y la gramática son amigas mías. Si las pisoteas, la censura caerá sobre ti. Avisado quedas.

Por lo demás, cuenta lo que te plazca. Despacito y con buena letra.