viernes, enero 30, 2009

... Pero con una palabra tuya...

En los días en que estoy más triste y me apetece animarme, me viene a la memoria un día de mis tiempos de colegio. Debía de ser como en 2º de BUP, si no recuerdo mal, durante una tutoría. En aquella época teníamos un tutor... iluminado, en casi todas las acepciones de la palabra (exceptuando brillantez educacional). Vamos, que era casi un novato cargado de ilusiones pero sin un correcto enfoque de las mismas. Este día en particular estaba especialmente animado cuando nos propuso una dinámica a realizar durante esa hora. La tarea era sencilla: escribir tu nombre en una hoja de papel en blanco y circularla entre los compañeros de clase. Los demás tenían que escribir una cualidad buena sobre ti, o varias, pero de forma breve. Nada de críticas, ni constructivas ni destructivas. El positivismo era el rey y señor del ejercicio que mi tutor tenía en mente.

Anteriormente ya había realizado esta actividad, aunque con mayor fortuna en su ejecución: ambiente más propicio, mayor libertad de movimientos personales, con una cierta privacidad. En cualquier caso hubo dos resultados reseñables. Uno, que había muchas hojas en las que no escribías: generalmente porque no tenías nada bonito que decir sobre esa persona, bien por desconocimiento, bien por odios/resentimientos/envidias... Al menos los que actuaban así podían quedarse con la conciencia tranquila: no eran unos hipócritas. El otro dato que, bien pensado, era obvio que sucediera, consistía en una sospechosa reiteración en cada hoja personal. La gente leía lo que habían escrito los demás y se inspiraba para su comentario. En este caso era claramente una falta de previsión a la hora de llevar esta idea a la práctica. Métodos tan sofisticados como ir doblando la hoja según pasa de mano, habría restringido un poco esa posibilidad.

Sin embargo, de entre toda la gente de la clase, hubo uno original y que llamó mi atención y la de mis amigas. Se trataba de un chico de los de la primera fila. Un empollón, vamos. Su aspecto físico lo condenaba a esa categoría: con gafas, camisa de rayas con jersey oscuro, un ligero encorvamiento de la espalda. Por supuesto, también sacaba buenas notas y estaba loco por los ordenadores: un auténtico friki/nerd/geek/(inserte aquí su apelativo favorito). El caso es que cuando te acercabas a él, resultaba ser un chico bastante simpático. Aunque tímido hasta la extenuación, los comentarios que soltaba de vez en cuando resultaban teñidos de una deliciosa ironía mordaz. "Un cachondo", que decían algunos, medio sorprendidos.
Pues este chico hizo algo curioso en esta dinámica. Eligió una única palabra para definir a cada persona sobre la que escribió. Más tarde descubrí que no había sido la clase entera, sino sólo unos cuantos, los que, según su criterio, se lo merecían. Como supongo que se veía venir, tengo el orgullo de encontrarme entre los elegidos.

Aún recuerdo con exactitud la caligrafía con la que escribió mi breve adjetivo, escrito con pluma y con un ligero matiz antiguo: la primera letra poseía un toque arabesco muy característico. Diver. Para este chico, yo era una tía diver. El hecho de pensar que alguien me podía considerar así, que ésa era la característica que más asociaba con mi persona, me anima considerablemente, incluso ahora, con todo el tiempo que ha transcurrido desde aquel entonces.

No tengo muchos más recuerdos de este chico, no éramos realmente amigos, sólo compañeros de clase, nunca salimos de cañas, ni mantuvimos el contacto tras nuestra marcha del colegio. Pero guardo su adjetivo como oro en paño. Quien sabe, quizás algún día lea esta entrada. Si eso ocurre y se da por aludido, tengo una palabra para él: gracias.

miércoles, enero 28, 2009

Esto no es un simulacro

Bueno, no podía dejar que la críptica entrada anterior se llevara toda vuestra atención (os hablo a vosotras, pelusas del fondo, que nunca habéis perdido la pereza estática que os ata a mí). Según creo, esto no es un simulacro. Parece que voy a volver a retomar mi querido blog. Ahora que la atención que parecía haber desarrollado el Mundo Real (TM) hacia mi persona, se ha desvanecido como lágrimas en la lluvia, parece que puedo volver a asomar la cabecita sin miedo de ser reconocida. De hecho, he decidido que si vuelvo a ser el foco de dispersión de otros, sólo daré explicaciones a quien me apetezca, y que el resto del tiempo emplearé una clave que sólo yo, y los cuatro locos que piensen como yo, entienda. Claro, que a lo mejor hacer un blog público deja de tener sentido. No, tranquilos, no lo voy a convertir en privado, sé que por lo menos hay dos o tres personas a las que no les gustaría. O a una, con eso me vale.

El caso es que necesito escribir. Más por mi cordura mental que por el beneficio que ello podría suponer al resto de la humanidad. Si todas las paranoias que tengo en mi cabeza, luchando por desquiciarme, siguen ahí, sin dejarme desconectar de mí, creo que implosionaré.
Porque estoy segura de que ni para eso llamaría la atención. Loca, pero silenciosa.

He de reconocer que en todo este tiempo no he abandonado este mundillo: Jez, BH, una parte de la tropa de vuestros links y otra parte importante de los míos. Os veía, os leía, pero sin hacerme oir, como a través del cristal en el que los presos tienen sus visitas. Haciendo aquello de lo que huía al crearme este rincón (creyéndome a salvo): mimetizando mi propia vida. Ver y callar, mientras pienso y pienso y pienso y la cabeza me quiere estallar, pero nadie debe verlo, que nadie salga perjudicado, por favor. Nada de caras preocupadas a mi alrededor. Ya tengo bastante con mis películas mentales. Y como a pesar de todo sigo aquí y las pruebas indican que mi pérdida de razón no ha alertado a nadie, sin casi darme cuenta, trato de realizar una misión hercúlea. Estoy cumpliendo mis propósitos de año nuevo. Creedlo o no, voy por el buen camino:
  • Estoy yendo al gimnasio que llevo pagando desde junio del año pasado.
  • Me he apuntado a la autoescuela para sacarme el carnet de conducir, algo que he estado posponiendo desde antes de los 18.
  • Mantengo a mi jefe medianamente feliz, y esto, cualquiera que haga un doctorado con un jefe decente (aunque exigente... y loco, pero eso es otro tema) sabrá que es un mérito en sí mismo.
  • Cocino mi propia comida casi todos los días, con lo que ahorro y me alimento en condiciones. Que ya me vale, cierto.
  • Y he vuelto a escribir aquí.
De todas esas cosas, esta última es por la que de verdad sentía ilusión. Porque leeros sin que sepáis que estoy aquí no es lo mismo. Os echaba de menos. Y echaba de menos recurrir a mi paraíso particular para desahogarme de las locuras de este mundo, las más serias y las que me pierden. Mi lado friki no podía sobrevivir simplemente a base de series en V.O. y alguna visita a webs frikiplanet (® Jezabel). Este es el hogar de mi mente, o de la parte que anda en las nubes, mejor dicho. Así que tenía que volver.

A ver qué tal se me da.

Mmm. Tengo que añadir un par de enlaces a mis blogs de interés. Otro día, otro avance.

El problema de las identidades

Chica quiere a chico. Chico quiere a chica. Pero como estamos en el mundo real, ambas chicas no coinciden.

Y lo que es peor: creo que he creado un monstruo. Porque me encanta tropezar una y otra vez con la misma piedra.

No importa la época de mi vida en la que escriba estas líneas*, pueden invertirse los sexos de los participantes (esta frase suena tan mal... que la voy a dejar; sufrid, seguidores mentelimpia) que el resultado será el mismo. La historia entra en bucle. Y yo con ella. De principio a fin.




* Observo espantada que el borrador es del 14/11/07. No tengo perdón.