¿Por qué una estrella se enlaza
con otra como un dibujo?
En la antigüedad, los hombres usaban como referencia en sus viajes los únicos puntos fijos que tenían: la estrellas. Las agrupaban y les daban nombres. ¿Y qué mejor forma de recordarlas que contando una historia con ellas? Así es como nacieron las constelaciones.
Las constelaciones más fácilmente reconocibles del hemisferio norte son, quizá, la Osa Mayor (o el Carro) y Casiopea (con forma de W o M, depende de la época del año). Esta última forma parte de un grupo de constelaciones (junto con Cefeo, Pegaso, Andrómeda, Cetus y Perseo) que se conocen como la leyenda de Andrómeda.
Todos los personajes de la leyenda comparten juntos un pedazo de cielo, inmortalizados por los dioses tras el fin de su aventura. Como detalle curioso, en la constelación de Perseo, la estrella que haría las veces de ojo de la cabeza de Medusa es una estrella variable llamada Algol ("demonio", en árabe). ¡Una mirada de lo más diabólica!
Cuando se iniciaron las exploraciones náuticas (la hazaña de circunnavegar África, o llegar a las Indias...), los marineros se encontraron con un cielo lleno de estrellas totalmente nuevas. Así que se dedicaron a crear historias con esas constelaciones nuevas usando elementos que formaban parte natural de su entorno. Así, nació la enorme constelación del barco, que posteriormente tuvo que fraccionarse en otras más pequeñas: la vela, la quilla, el octante, el compás... Los dioses y héroes del pasado habían dado paso a objetos más triviales. También elevaron a los cielos a algunas de esas nuevas criaturas que poblaban los nuevos mundos descubiertos: el ave del paraíso, el tucán, el fénix, el camaleón, el pavo real... Los cuentos celestes seguían relatándose, pero esta vez eran historias de y para marineros o aventureros.
Sin embargo, las estrellas que pertenecen a una determinada constelación no suelen tener una relación física unas con otras. Hay excepciones, como por ejemplo las Pléyades, que sí son un puñado de estrellas que nacieron juntas de una nebulosa y siguen aún compartiendo el nido. Pero si pudiéramos salir de la superficie terrestre, surcar el espacio y mirar desde la distancia, de lado, veríamos a las estrellas que forman el Carro claramente separadas entre sí, sin nada que las relacionara. Da la casualidad que desde la Tierra aparecen en un trozo cercano del cielo, nada más.
Esto significa, por supuesto, que la forma de las constelaciones no siempre ha sido como es hoy en día. Las estrellas más cercanas a nuestro Sistema Solar se mueven más rápido sobre nuestro cielo que las que están más alejadas. Y cuando pasen miles de años, su forma cambiará de nuevo.
Si pensáis que quizá por eso las constelaciones de ahora no se parecen a lo que sus nombres aluden... pues me temo que no, ni siquiera con esa excusa se puede justificar. Los antiguos griegos y compañía tenían muuucha imaginación.
Las constelaciones más fácilmente reconocibles del hemisferio norte son, quizá, la Osa Mayor (o el Carro) y Casiopea (con forma de W o M, depende de la época del año). Esta última forma parte de un grupo de constelaciones (junto con Cefeo, Pegaso, Andrómeda, Cetus y Perseo) que se conocen como la leyenda de Andrómeda.
Casiopea, esposa del rey Cefeo, era una madre que estaba muy orgullosa de la belleza de su hija, Andrómeda. Tanto es así, que afirmaba que su belleza era superior a la de las Náyades, las hijas del dios Poseidón. Pero nadie rivaliza con los dioses y sale impune. Un monstruo de las profundidades marinas, Cetus (la ballena), fue enviado por el padre de las criaturas retadas a castigar las costas del país. Según un oráculo, la única forma de detener el desastre era que Cefeo sacrificara a su hija Andrómeda, encadenándola a una roca para que la devorara el monstruo.
Afortunadamente, un héroe pasaba por allí en el momento preciso: Perseo. Montaba a lomos de Pegaso, el caballo alado, y venía directamente de vencer a la gorgona Medusa. Le había cortado la cabeza y la había llevado consigo: su mirada seguía teniendo el poder de convertir en piedra a quien posara sus ojos sobre ella. Ese fue el destino de Cetus, que se hundió con las otras piedras en el fondo del océano. La bella Andrómeda fue liberada, y acabó casándose con Perseo.
Todos los personajes de la leyenda comparten juntos un pedazo de cielo, inmortalizados por los dioses tras el fin de su aventura. Como detalle curioso, en la constelación de Perseo, la estrella que haría las veces de ojo de la cabeza de Medusa es una estrella variable llamada Algol ("demonio", en árabe). ¡Una mirada de lo más diabólica!
Cuando se iniciaron las exploraciones náuticas (la hazaña de circunnavegar África, o llegar a las Indias...), los marineros se encontraron con un cielo lleno de estrellas totalmente nuevas. Así que se dedicaron a crear historias con esas constelaciones nuevas usando elementos que formaban parte natural de su entorno. Así, nació la enorme constelación del barco, que posteriormente tuvo que fraccionarse en otras más pequeñas: la vela, la quilla, el octante, el compás... Los dioses y héroes del pasado habían dado paso a objetos más triviales. También elevaron a los cielos a algunas de esas nuevas criaturas que poblaban los nuevos mundos descubiertos: el ave del paraíso, el tucán, el fénix, el camaleón, el pavo real... Los cuentos celestes seguían relatándose, pero esta vez eran historias de y para marineros o aventureros.
Sin embargo, las estrellas que pertenecen a una determinada constelación no suelen tener una relación física unas con otras. Hay excepciones, como por ejemplo las Pléyades, que sí son un puñado de estrellas que nacieron juntas de una nebulosa y siguen aún compartiendo el nido. Pero si pudiéramos salir de la superficie terrestre, surcar el espacio y mirar desde la distancia, de lado, veríamos a las estrellas que forman el Carro claramente separadas entre sí, sin nada que las relacionara. Da la casualidad que desde la Tierra aparecen en un trozo cercano del cielo, nada más.
Esto significa, por supuesto, que la forma de las constelaciones no siempre ha sido como es hoy en día. Las estrellas más cercanas a nuestro Sistema Solar se mueven más rápido sobre nuestro cielo que las que están más alejadas. Y cuando pasen miles de años, su forma cambiará de nuevo.
Si pensáis que quizá por eso las constelaciones de ahora no se parecen a lo que sus nombres aluden... pues me temo que no, ni siquiera con esa excusa se puede justificar. Los antiguos griegos y compañía tenían muuucha imaginación.
¡Qué entrada más bonita! Me encantan las estrellas, las constelaciones y sus historias. Me recuerdan a cuando mi padre tenía tiempo y sacaba el telescopio,o cuando le robaba sus libros para aprender a leer el cielo,... Genial, muchas gracias. Beso.
ResponderEliminarMuchas gracias a ti, Vir, y bienvenida!
ResponderEliminarA mí me encanta mirar al cielo nocturno y pasarme las horas contemplando a esas grandes desconocidas que me guiñan los ojos y se ríen con el sonido de cascabeles. Tan cerca y tan lejos...