viernes, febrero 21, 2014

Floating lights II

Si me importara que me llamaran loca, hace tiempo que habría aprendido a disimular mis neuras.

Como no es el caso, quiero compartir una segunda tanda de lámparas flotantes que de un tiempo a esta parte parecen habernos invadido.

En primer lugar, otro videoclip, esta vez de Cage the Elephant, en concreto, el final del perturbador vídeo para la canción Shake me down. En principio debería empezar en el minuto 2:59 (que es la parte que contiene el extracto del delito), y recomiendo parar de verlo en el 3:21, porque el resto es pelín angustioso. Confieso que he fracasado en mi intento de bajarlo y recortarlo con mis propias zarpitas...

Seguimos con pruebas en vídeo, una de las escenas iniciales de la famosa película Lo imposible. De nuevo, demos las gracias a otra gente maja que nos permite rescatar únicamente el clip en cuestión, que para tragarme la película de nuevo no tengo estómago ni ánimo (qué llorera, madre...):


Y por si con verlas por todas partes no fuera suficiente, el universo me empezó a sugerir que las creara personalmente:


Hasta que finalmente tuve que hacer caso y lanzar una lámparita de marras. En Soria. En el finde más frío del año. De noche. A menos diez grados, según el aspecto de congelación del telescopio con el que estábamos observando esa noche. Y fue una pasada. No hicimos fotos porque nuestros dedos no respondían, pero la lámpara flotante era algo parecido a esto:



He de decir que a mí me entró una duda terrible, cuando ya la perdimos de vista: ¿qué ocurriría si la vela que la hacía subir no conseguía elevarla sobre todos los árboles y montes, se enredaba y caía al suelo encendida? Por suerte, el rocío que cubre los campos no permitiría un incendio en la zona, me dije para tranquilizarme.

Curiosamente, no todo el mundo es tan mirado con esto de la posibilidad de crear incendios. Alguno de los locos que me rodeaban, insistieron en repetir el experimento, pero de día. Y en lugar de fabricar la lamparita en el bonito papel de seda, decidieron que serviría una bolsa de basura grande. Y en lugar de medir y calcular una estructura metálica de sujeción, se podía apañar con alambre en un momentito y más-o-menos. Y luego empapar el papel que envuelve la parafina en líquido inflamable y prenderle fuego sobre hierba seca en medio del pueblo y a tres metros de la casa en la que dormíamos.


Afortunadamente, tampoco provocamos - oh milagro - ningún incendio. A pesar de los tres intentos con sus correspondientes y churruscadas bolsas de basura.

Aprendimos que el sol, aunque no nos llegara a calentar físicamente, sí que calentaba sin problemas el aire alrededor de nuestros fracasadas lámparas flotantes, y la impedían elevarse. Lo cual es una pena, porque de día habríamos podido averiguar a dónde demonios van todas esas lámparas cuando dejan de subir.

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