martes, mayo 06, 2008

Palabras encadenadas, palabras que encadenan

Había una vez un hombre que se comía las palabras. No sabía desde cuando le ocurría, pero le preocupaba cómo se había agravado de un tiempo a esta parte. Un día, tratando de explicar su problema, dijo “azúcar”. Y el café le supo amargo. Desesperado, trató de apelar a la “amistad”. Y se quedó solo.

Anduvo un tiempo así, evitando decir aquello que más le gustaba, sin nombrar aquellos a los que más quería, triste, furioso, temeroso de quedarse sin palabras para siempre.

Finalmente, paseando entre los árboles de un parque abandonado, respiró y se tranquilizó. Sin darse cuenta, dijo en voz alta “silencio”. Y se curó.

1 comentario:

  1. Haciendo limpieza por el ordenador, descubrí este relato y me extrañé por no haberlo publicado antes ("Si está todo hecho! No tengo ni que pensar..."). Entonces lo leí de nuevo despacio y recordé. Este relato lo envié a un concurso de cuentos cortos hace tres años, donde por supuesto no ganó (qué delicia fue escuchar los ganadores, la verdad, este no llega ni a la suela del zapato).

    Y recordé también que la idea no era original mía, sino que había surgido con un amigo y una amiga durante el transcurso de un juego. Que yo sepa, ninguno tiene la menor idea de lo que hice. Sin embargo, como ellos son seres privilegiados con ideas a montones, no creo que les importe que no haya compartido con ellos la no-gloria.

    Lo curioso es que ambos han sido protagonistas de dos entradas de este blog previamente. Son de esas personas que dejan huella.

    Y justo cuando terminé con estas reflexiones, revisé una de mis cuentas de correo que tengo muy abandonada y encontré un mail suyo. Casualidad cuando menos curiosa.

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La ortografía y la gramática son amigas mías. Si las pisoteas, la censura caerá sobre ti. Avisado quedas.

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