jueves, diciembre 14, 2006

Living is easy with eyes closed

La semana pasada, me saqué de la manga otra forma de ver el puente de diciembre y me fui una semana a visitar a dos amigas, actualmente en tierras inglesas. El viaje fue una pasada: tanto en Cambridge como en Londres disfruté como una enana y aprovecho para daros las gracias a ambas (aunque creo que sólo una, Sirio, me lee) por acogerme tan bien y sin protestar. Sirio, reitero lo que te dije, eres la mejor anfitriona del mundo y de mayor quiero ser como tú.

Creo que esperaré a comentar algo más del viaje para cuando tenga fotos que lo ilustren un poco... si todavía recuerdo cómo se hace eso de postear con fotos, claro. El caso es que ayer estuve dándole vueltas, justo antes de quedarme dormida, a un misterio que me tenía inquieta desde que salí al extranjero. La tecnología y yo tenemos una relación tempestuosa y no siempre salimos indemnes de nuestras luchas constantes. Esta vez el protagonista era el movil. Y una vez más, mi inconsciencia jugó el papel de malo de la película. He de decir que este viaje sólo fue posible porque un amigo se encargó de todos los preparativos y yo me dejé arrastrar, mientras continuaba inmersa en mi Máster del Universo.

[El problema de vivir en un plano paralelo a la realidad es el choque con ésta. Las razones por las que no muero atropellada cada cinco minutos me son totalmente incognoscibles. Le estoy muy agradecida a los hados, la fortuna o mi ángel de la guarda, pero creo que debería plantearme seriamente el regreso al aburrido mundo gris de la existencia de los mortales.]

Pues bien, la lucha de guerrillas que iniciamos mi móvil y yo fue a causa de mi poca previsión con el 'roaming'. Sencillamente rogué a los cielos que al tratar de encender el aparato, éste cobrara vida sin protestar y me resigné a que llamar y recibir llamadas se convirtiera en un lujo esporádico. Hasta ahí todo marchaba sin incidentes. El problema llegó al tratar de enviar un sms y así ahorrarme el desorbitado coste de la llamada. En ese preciso momento, apareció la resistencia y se acabaron los acuerdos de paz entre las partes. Vamos, que no pude enviar un sólo mensaje en el tiempo que estuve allí y me comuniqué con mi familia a base de emails (muy bien, mamá, estoy muy orgullosa de que superaras tus miedos). Mi contraataque consistió en ignorar el problema y aprovecharme vilmente de los amigos que me rodeaban.

Mi táctica funcionó tan bien, que hasta llegué a olvidarme realmente del endemoniado trasto. Pero cuando volvió a presentar batalla al llegar a casa, me negué a dejarle vencer en otra escaramuza. Así que decidí despertar a mi cerebro y obligarle a currárselo un poquito. Cuando empezaba a salirme humo de la cabeza, mis dedos cobraron vida propia y teclearon cinco dígitos mágicos "*133#". La navaja de Ockham nunca falla y la solución resultó ser la más sencilla posible. Mi saldo se mantuvo justo por debajo del límite que te permite mandar mensajes durante todo aquel tiempo. No tengo perdón.

1 comentario:

La ortografía y la gramática son amigas mías. Si las pisoteas, la censura caerá sobre ti. Avisado quedas.

Por lo demás, cuenta lo que te plazca. Despacito y con buena letra.