Es mediodía. En la calle, junto a un semáforo y esperando
para cruzar, un padre con dos niños. El mayor va de la mano y el pequeño, que no
llegaría a los 5 años, a hombros. El padre interroga al pequeño sobre su día y
éste responde animadamente. Hablan sobre unas imágenes de un volcán, de su espectacularidad,
discuten sobre si lo ha visto en un documental o no... El niño se queda
pensativo unos instantes, y de pronto anuncia:
-
Soy un empollón.
El tono resulta una mezcla entre categórico y resignado. El
padre parece divertido por el comentario:
-
¿Y eso por qué?
-
Pues porque siempre sé cosas… Y los otros
no.
El hermano mayor interrumpe la conversación, ajeno a tan
grandilocuentes enunciados, y distrae la atención del padre. Pero el niño
parece seguir dándole vueltas, tiene la mirada fija y el ceño fruncido. Al
tiempo que empiezan a cruzar el semáforo, renueva la charla:
-
De mayor, ¡quiero ser empollón!
Resuelve satisfecho.
Y con una sonrisa en los labios, me alejo de la escena caminando en sentido
opuesto.
Cielos... hay esperanzas para la Humanidad.
ResponderEliminarLo anterior no impresiona tanto por escrito como si se dijese en voz alta. Si lo tuviera que poner en un diálogo sería algo así:
«Cielos... —dijo Nicolás en un hilo de voz. Pareció considerar lo que diría a continuación, como si su conclusión representara una tardía meta alcanzada después de un triste peregrinaje—. Hay esperanzas para la Humanidad —dijo tras unos instantes de vacilación. Se escuchó a sí mismo, la voz ronca que pronunciaba aquella sentencia. A pesar de ello se sintió incapaz de creer plenamente en lo que había dicho. "Quizás —pensó— sea cuestión de tiempo"».
Ahora sí estoy más conforme :P