lunes, septiembre 24, 2007

Mírame fijamente a los ojos

¿Quién no se ha sentido observado alguna vez, sin motivo aparente? Es ese picor imaginario en la nuca, que te obliga a volverte cada cinco segundos cuando caminas por un callejón siniestro (¡me siguen!). O ese miedo de pensar que tu jefe sepa cómo pierdes el tiempo, incluso cuando es imposible que nadie te vea (¿habrá cámaras?). O la sensación, al ir en cualquier transporte público, de que tu compañero de enfrente te miraba fijamente hasta que has levantado la cabeza (¿qué queréis de mí? ¡dejadme!).

Pues bien, hace un par de semanas, mientras calentaba la comida en el microondas del departamento, oí cuchicheos y risas a mis espaldas. Ya estás paranoica, pensé. Pero resulta que detrás mío estaban dos de mis compañeros intercambiando miradas cómplices. Ligeramente mosqueada, aunque aliviada al conservar mi cordura, pregunté por el chiste.

- Esa bolsa que llevas, la de la comida. Es... un poco provocativa, ¿no?

Mírame...

La verdad es que estudiándola con detenimiento, el dibujo era un poco jotaciano, tenía que reconocerlo. Por lo demás, era un reclamo efectivo de alguna tienda. Decía: "Mírame". Vaya par de carcas, escandalizados por tan poca cosa. sin embargo, al darle la vuelta a la dichosa bolsa, comprendí el verdadero motivo de las risitas.

... a los ojos

"Escote". Lo que unido al mensaje anterior...

- ¡Pero queréis dejar de mirarme, pervertidos!

No volví a traer esa bolsa nunca más. Ni creo que vuelva a hacerlo, a no ser que vaya con jersey de cuello vuelto y tres bufandas. Por si acaso.

viernes, septiembre 21, 2007

No fue jazz, fue magia

Ayer estuve en un concierto muy peculiar. Se trataba de un guitarrista venezolano, Aquiles Báez, del que tuve conocimiento gracias a una de mis compis del trabajo. Pero lo que me llamó la atención no fue el hechizo de la música o el sorprendente manejo de la guitarra que demostraba ese hombre. Fue el entendimiento con el público.

Ya había asistido alguna vez, hace ahora varios años, a conciertos donde un cantautor entremezclaba sus canciones con la complicidad de los que le escuchaban. En realidad, solía tratarse de un grupo de amigos que rodeaban al artista y el resto del público, al sentirse atraído por esos lazos de amistad, no podían evitar participar. El ambiente era muy íntimo y acogedor, te hacía sentir parte de algo, aunque no estuviera claro exactamente de qué.

Sin embargo, el espectáculo al que asistí era totalmente diferente. Se trataba de una comunidad, la venezolana, que transmitía alegría e incluso alivio al verse reunida tan lejos de sus hogares. La música de la guitarra provocaba un encantamiento cultural, dejando al descubierto raíces profundas, que no se ven, que ellos sienten y que a los demás nos rozaban al deslizarse las notas por el recinto. Los que aquí se saben extranjeros, volvían de pronto a liberarse de la máscara que les oprime en sus vidas diarias, esas máscaras que simulan su adaptación. Cantaban, daban palmas y se mecían con los rasgueos de la guitarra, disfrutando y contagiando sin querer de hermandad a todos los que les rodeaban, sin importar su procedencia. El aplauso final, puestos en pie, no iba dirigido únicamente a Aquiles, ese 'famoso compositor' como se denominaba a sí mismo entre risas. Era una forma de mostrarse apoyo mutuo, todos los presentes. Sabemos que estáis ahí, por lo que pasáis cada día. Y no estáis solos.

sábado, septiembre 15, 2007

Manía persecutoria

No es el coche el que te sigue a ti. Eres tú el que sigue al coche.


Él no te mira más que los demás, sino que eres tú la que te fijas en si te está mirando.




La causa sólo se debe a sí misma.