¿Quién no se ha sentido observado alguna vez, sin motivo aparente? Es ese picor imaginario en la nuca, que te obliga a volverte cada cinco segundos cuando caminas por un callejón siniestro (¡me siguen!). O ese miedo de pensar que tu jefe sepa cómo pierdes el tiempo, incluso cuando es imposible que nadie te vea (¿habrá cámaras?). O la sensación, al ir en cualquier transporte público, de que tu compañero de enfrente te miraba fijamente hasta que has levantado la cabeza (¿qué queréis de mí? ¡dejadme!).
Pues bien, hace un par de semanas, mientras calentaba la comida en el microondas del departamento, oí cuchicheos y risas a mis espaldas. Ya estás paranoica, pensé. Pero resulta que detrás mío estaban dos de mis compañeros intercambiando miradas cómplices. Ligeramente mosqueada, aunque aliviada al conservar mi cordura, pregunté por el chiste.
- Esa bolsa que llevas, la de la comida. Es... un poco provocativa, ¿no?
La verdad es que estudiándola con detenimiento, el dibujo era un poco jotaciano, tenía que reconocerlo. Por lo demás, era un reclamo efectivo de alguna tienda. Decía: "Mírame". Vaya par de carcas, escandalizados por tan poca cosa. sin embargo, al darle la vuelta a la dichosa bolsa, comprendí el verdadero motivo de las risitas.
"Escote". Lo que unido al mensaje anterior...
- ¡Pero queréis dejar de mirarme, pervertidos!
No volví a traer esa bolsa nunca más. Ni creo que vuelva a hacerlo, a no ser que vaya con jersey de cuello vuelto y tres bufandas. Por si acaso.